Si os soy completamente sincera, no quería dejar de escribir hoy el blog por no faltar a mi compromiso semanal, pero tengo la cabeza con tal dispersión que no sabía muy bien sobre qué escribir, cómo empezar ni cómo articular nada. ¡Un desastre!
Resulta que en los últimos tiempos he estado leyendo a algunos autores que se caracterizan por lo elevado de su especulación, por la densidad de sus textos y en ocasiones por un combo de ambas cosas. Con deciros que hay días que dejo uno de los libros o salgo de una de las clases ¡y no sé lo que pienso! No saber qué piensas es normal en esta carrera, pero empezar a dudar de lo muy básico (para haceros una idea, lo que equivaldría en Teología al «2+2=4» de las Matemáticas) ya roza lo preocupante.
El motivo no es que de repente un día te levantes en «modo destructor», agarres la «navaja de Ockham» y cuando te descuides no solo has podado unas ramas, sino el tronco de tu propia ciencia… más bien, lo que sucede es que de tanto estar con las ideas, revisándolas, afianzándolas, reconsiderándolas, en suma, pasando por ellas tantas veces, desde tantas perspectivas y a través de tantos autores, puede darse el típico momento en el que ya dudas hasta de tu sombra, por pura sobrecarga mental.
Durante la última semana tuve uno de esos momentos, pero afortunadamente la carrera de Filosofía ya me vacunó y no entro en pánico cuando eso me ocurre. Lo que hago es utilizar estrategias que me ayuden a «tocar tierra», como hablar con amigos sobre otro tipo de cosas, salir a correr y aprovechar ese rato para pensar en «chorradas», ver un capítulo de Friends y reírme de las tonterías que hacen o escuchar un monólogo de Goyo Jiménez sobre lo bien que les va a los americanos. Y normalmente me funciona: despejo la mente, y cuando vuelvo sobre el problema teológico en cuestión, no es que se haya resuelto, pero al menos vuelvo con más calma interior y no en ese estado de «ya no sé lo que pienso». Sino que recuerdo que algo pensaba sobre aquello, y que quizá lo tenga que revisar, pero tampoco hay que alarmarse antes de tiempo.
No os asustéis, no siempre ocurre, pero a veces sí. Mi primera reacción es quejarme del autor de turno al que se le va tanto «la pinza»; pero en un segundo momento siempre acabo agradeciendo que me haya ayudado a plantearme en serio hasta las cosas que ya tengo más asumidas y a no dejarme nunca bajar la guardia. En el fondo, es una experiencia bastante cuaresmal. Con todo, sigo pensando que hay cada idea en la historia del pensamiento que te preguntas seriamente cómo llegó el autor hasta ella… [y hasta aquí puedo leer, jajaja].
Como estos días he tenido exceso de reflexiones, hoy más que reflexión prefiero dejaros esta experiencia. Si os ha pasado esto a alguno también, agradeceré que me lo contéis para poder decir aquello de «mal de muchos, consuelo de tontos».