No es la Verdad si piensas que ya la tienes

Este año durante la Semana Santa he pensado mucho en el hecho de que todos los años «repitamos» la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, siempre intentando vivirla con profundidad e intensidad. ¿Para qué nos invita la Iglesia a hacerlo? Creo que es porque se trata del mayor misterio de nuestra fe, aquel donde todos los otros misterios se dan la mano, y necesitamos siempre contemplarlo de nuevo para que penetre más en nuestra vida y nos vaya transformando.

El peor error sería pensar que ya «sabemos» en qué consiste. Si pretendemos contenerlo nosotros, deja de ser el misterio pascual para convertirse en un esquema de nuestra razón. La mayor tentación es pararnos en nuestro camino de búsqueda de la verdad, porque en el momento en que nos detengamos estaremos haciendo un ídolo de la comprensión a la que hayamos llegado en aquel momento. La verdad es más camino que posesión. Cuando pretendemos poseerla… se nos escapó.

Lo mismo sucede con nuestra vivencia de la Semana Santa: cuanto más pensemos que «ya sabemos de qué va todo», cuanto más nos instalemos en lo que creemos que significa, más nos cerraremos a la infinita novedad que trae Dios siempre que lo dejamos entrar en nuestra vida. A veces la novedad es recuperar algo que cayó en el olvido; otras veces es aprender a pasar algo que «sabíamos» en la mente al corazón, es decir, a vivirlo; puede ser también una experiencia más novedosa o que rompe con lo anterior; a veces es identificarse con Jesús en alguno de los detalles de lo que él vivió, vivirlo en la propia vida… pero en todo caso siempre nos dice algo distinto, si estamos dispuestos.

Casualidades de la vida, después de hacer para mí estas reflexiones, empecé a leer un libro de Henri de Lubac llamado «Paradojas» y su segunda parte, «Nuevas paradojas». De Lubac comparte, según me parece entender, esta comprensión de nuestro acceso a la verdad como un camino constante que tenemos que recorrer poniendo en él con honestidad toda nuestra vida y dejándonos transformar por lo que en el transcurso nos vaya sucediendo. En definitiva, si nos encerramos en nuestros esquemas, dejamos de estar abiertos a la verdad que nos llega de la relación con Dios. Su verdad nos pone en marcha, nuestra absolutización de un esquema propio nos detiene.

Os dejo algunos fragmentos de su texto que no tienen desperdicio (las negritas son mías):

«Toda inteligencia es […] necesariamente abierta. La inteligencia que se encierra sobre sí misma, por mucha riqueza que haya almacenado, no puede mantener su tesoro intacto. Al contrario, se seca, se evapora o se pudre. Es precisamente esto lo que vemos en el caso en el que el pensamiento participa a fondo de lo eterno. El creyente que pretende situarse de una vez por todas en una determinada etapa de la expresión de la fe […] al cesar de creer y de pensar con la Iglesia viva, no sólo se priva de las matizaciones y precisiones nuevas, sino que pierde de vista la realidad y la sustancia misma de la fe» (Henri de Lubac, Paradojas y Nuevas paradojas, PPC, Madrid, p. 69).

«La inteligencia no busca naturalmente lo que es “inteligente” sino lo que es verdadero. El que la desvía de su fin, buscando cosas inteligentes, no es realmente inteligente. Por muy brillante que pueda parecer, el juego de su inteligencia es falso: algo más grave que si su inteligencia fuese simplemente deficiente. En él, la inteligencia se acicala, deja de ser robusta y sana y pierde toda su fecundidad.

¿Es la inteligencia la facultad de la verdad o la facultad de satisfacer, cueste lo que cueste, el deseo de claridad, de orden y de sistematización? ¿Es una fuerza de penetración en el corazón de la realidad o un instrumento para construir edificios mentales? ¿Es un medio para encontrar algo distinto de ella misma o debe simplemente segregar, por así decirlo, las formas que le complazcan?

Hay un culto a la inteligencia que, de hecho, la traiciona y se burla de ella, porque no es el culto de la verdad» (ibid. p. 72).

«No hay peor blasfemia contra la verdad que profesar su culto, negándose a admitir que, habiéndola encontrado, todavía hay que seguir buscándola» (ibid. p. 73).

«Lo que nos libera no es la sinceridad, sino la Verdad. Y ésta sólo nos libera porque nos transforma. Nos arranca de nuestra esclavitud interior» (ibid. p. 79).

«Se suele creer con facilidad y sin reflexionar demasiado sobre ello que la verdad consiste únicamente en la afirmación correcta de ciertas relaciones; que se adquiere toda ella a través de preguntas y respuestas; que su posesión no es más que la posesión de una suma de datos exactos, y que puede ser poseída por entero, dado que la inteligencia está hecha para ella. En definitiva, que no tiene profundidad alguna. Se suele creer que la verdad se opone solamente al error, sin tener en cuenta que también se opone a la “vanidad”. […] la verdad sólo puede ser perfecta en la posesión del ser. Ahora bien, el ser desborda infinitamente la capacidad de nuestros espíritus en su estado terrestre. Es decir, el ser es alcanzado por ellos, pero no realmente poseído. La verdad, vasta y profunda como el ser, debe desbordar también a nuestras inteligencias, para que éstas no cesen de alimentarse de ella. ¡Cuánto le cuesta dar sus frutos a un razonamiento tan sencillo!» (ibid. p. 82).

Invitándote a pensar si tu inteligencia busca realmente la verdad o complacerse a sí misma; a considerar si te quieres parar en el camino o continuar caminando… te deseo Feliz Pascua. Vívela como la novedad que siempre es.

7 comentarios en “No es la Verdad si piensas que ya la tienes

  1. ¡Hola! Me llama la atención el título de la entrada. Me parece una invitación muy buena y auténtica, sin embargo no me cuadra con una religión basada en dogmas donde se tiene una idea inamovible de lo que es la verdad. O, dicho de otra forma, utilizando tu propia analogía, una religión que se ha parado en el camino y que no se cuestiona sus propios planteamientos. Saludos.
    P.D. No sé si tendrás vocación de ello, pero creo que podrías ser una excelente sacerdote. Es una pena que para el catolicismo la mujer no valga lo suficiente como para ejercer ese «puesto».

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    • Buenas! Muchas gracias por tu comentario; es un gran estímulo para seguir pensando las cosas y defendiendo lo que pienso y creo.
      Pensando sobre cómo explicarte cómo veo esta cuestión, se me ha ocurrido una imagen que nos vale salvando mucho las distancias, pero creo que puede clarificar para empezar. A ver si consigo explicarme bien.
      Los dogmas para el cristianismo no son (o no deberían ser; luego las actitudes que los cristianos tomamos ante ellos son muy variadas) una excusa para pararnos en el camino, sino todo lo contrario, el lugar desde el que comenzar. Son como las reglas para jugar al baloncesto. Quien elige jugar al baloncesto es libre o no de apuntarse a los entrenamientos y partidos, pero una vez que decide jugar, tiene que atenerse a esas normas. No son una especie de «imposición» ni una excusa para no mejorar en el deporte. Todo lo contrario: son los mínimos pactados para que ese deporte sea posible. El árbitro es el que, desde sus limitaciones humanas, intenta señalar cuándo esas normas se han vulnerado para que los jugadores no se «fabriquen» un deporte a su medida, sino que juegen baloncesto ateniéndose a lo que el baloncesto es. A veces un árbitro se ha equivocado o no es justo, pero, aunque nos quejemos por ello, no se nos ocurre decir que el árbitro es absurdo, pues cumple su función en el deporte. Como decía, las normas tampoco impiden que uno se vaya desarrollando en el deporte, ni implican una falta de libertad en el mismo: uno puede conocer muchas técnicas y en cada momento usar la que quiera, inventar nuevas estrategias, ir mejorando… Nunca podemos decir que seamos perfectos jugadores, porque siempre cometemos algún error, aunque cuanto más se entrene, mejor será el jugador.
      Con el cristianismo, como te decía, salvando mucho las distancias, pasa algo parecido: los cristianos creemos que Jesús de Nazaret era verdadero Dios y verdadero hombre, en él Dios nos ha dicho quién es, y también quiénes estamos llamados a ser nosotros. Esa convicción nace de una experiencia espiritual, pero es gracias a que alguien te ha transmitido ese mensaje para que tú te hayas podido abrir a conocerlo y, eventualmente, estar convencido de que es verdad (bueno, en todo esto habría más que decir, pero intentaré no enrollarme demasiado). La Iglesia es importante porque es el ámbito donde ese mensaje se ha transmitido lo más fielmente posible a lo largo del tiempo. Y los dogmas son precisamente, como las normas del baloncesto: aquellas formulaciones que salvaguardan esa experiencia, esa fe de la Iglesia. El magisterio (los obispos y el papa) tiene la función del árbitro en baloncesto: intentar que los mínimos del mensaje compartido no se vulneren, que no se pervierta ese mensaje porque se faltaría a la experiencia primera que dio lugar a él. Que como personas que son tengan sus limitaciones no implica que su función sea prescindible. No pretenden (o no deberían) que no profundicemos en la verdad, sino que intentan que cada cristiano no se fabrique una religión a su medida, tomando lo que quiere del mensaje y dejando lo que no quiere. (Esto no implica que el magisterio no valore la conciencia particular de cada uno, pero no me meto en este tema, que me alargaría mucho).
      Uno de los principales dogmas es, por ejemplo, que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Uno puede no creerlo, pero entonces no estaría siendo cristiano como la Iglesia lo entiende. No es que la Iglesia no te permita creerlo, pero dice que si perteneces a ella y quieres vivir de su misma fe, esa es la verdad que ella defiende y que te invita a creer. Si quieres que los triples no valgan tres puntos en baloncesto, la Federación no va a cambiar la norma porque a ti te apetezca; si quieres cambiar las normas, estarías inventando un nuevo deporte. Algo parecido sería el caso de los dogmas: son las verdades indispensables para ser cristiano. Dicho esto, y ya entrando más de lleno en tu observación: considero que un dogma no equivale a pararse en el camino, porque es precisamente el punto de partida, como las normas del baloncesto. Una vez que tienes esos hitos que marcan la estructura básica (del deporte en un caso, de la religión en el otro), cada persona está llamada a la profundización, al crecimiento, al avance: en el baloncesto, entrenándose más; en el cristianismo, no contentándose con lo que cree haber entendido de Dios, sino profundizando siempre más e intentando revisar constantemente la propia vida y la coherencia que tiene en ella respecto a lo que cree.
      Dicho lo dicho, entiendo que pueda parecer paradójico que, diciendo que nunca podemos «tener» la Verdad, sin embargo afirme que creo en dogmas que, en cierto modo, «establecen» cuál es o por dónde va esa verdad. Como la Verdad con mayúsculas, en este contexto del cristianismo, es Dios, y a Dios no lo podemos contener porque nos sobrepasa infinitamente, nunca podemos decir que «tenemos» a Dios, porque es más bien él quien nos contiene a nosotros. Ni siquiera podemos saberlo todo de nosotros mismos, porque a nuestra manera somos un misterio, y siempre hay algo nuevo que podemos descubrir de nuestra persona y también de quienes nos rodean. Pero eso no significa que no sepamos ya algo: de nosotros, de los demás y de Dios. Por tanto no poseer toda la Verdad no significa que no conozcamos nada de ella, sino que nunca tenemos una visión absoluta sobre ella y tenemos que seguir avanzando en su comprensión, purificando las ideas y creencias que tenemos. Es decir, no soy relativista respecto de la Verdad, pero tampoco pienso que podamos decir fácilmente que ya la tenemos. Podemos tener conciencia de estar buscándola honestamente, e ir abriéndonos cada vez más a ella, pero nuestra comprensión (no solo intelectual, sino vital) es limitada y tenemos que seguir caminando.
      Perdona por haberme enrollado, es un tema complejo y resulta difícil resumir sin perder claridad. De cada punto de estos podríamos hablar bastante, creo!
      Sobre tu otra observación, en el cristianismo (al menos en la Iglesia católica) entendemos que hay dos tipos de sacerdocio: uno común a todos los bautizados, que es la misión que tenemos por el hecho de ser cristianos: entregar nuestra vida a Dios y a los demás intentando construir el Reino de Dios (no es una definición muy técnica, pero para entendernos); y otro sacerdocio más «específico» o concreto, que es el sacerdocio ministerial, al que creo que tú te referías. Yo no tengo esa vocación de «sacerdote», pero creo que como cristiana puedo ejercer mi misión «sacerdotal» en el primer sentido, intentando cumplir mi propia misión en el mundo y la Iglesia.
      Sobre lo que señalas del acceso de las mujeres al ministerio, la Iglesia está estudiando el tema del diaconado femenino, pero es un tema en el que todo va despacio, aunque dentro de la propia Iglesia haya variedad de opiniones (y quizá precisamente por ello).
      Gracias de nuevo por leerme y comentar. Un abrazo!

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      • ¡Hola de nuevo! Muchas gracias a ti por molestarte en contestar tan extensa y profundamente. La analogía que utilizas resulta muy útil en tu explicación. Lo que me pasa es que pienso que las normas, al fin y al cabo, son convenciones que se van estableciendo a lo largo de la historia. En cuanto a los dogmas del cristianismo entiendo que se fueron estableciendo con el paso del tiempo en los distintos concilios. De igual forma, el cristianismo tomó elementos de otras tradiciones, como que Jesús nació de una mujer virgen. Entonces, si esto ha sido establecido como convenciones y muchas veces respondiendo a intereses que poco tienen que ver con el mensaje de Jesús, ¿por qué son consideradas verdades inamovibles? Y, sobre todo, ¿por qué son algo esencial de tal forma que si no crees en alguna de ellas no puedes ser considerado cristiano?

        Imagínate que una persona está enamorada del mensaje de Jesús, cree fervientemente en él y vive en total coherencia con este, pero le resulta imposible creer que Jesús es Dios. ¿No se le puede considerar cristiano por eso? Me parece bastante injusto, sobre todo porque hay gente que cree en los dogmas y luego vive una vida del todo incoherente con el mensaje de Cristo. ¿No es más esencial vivir conforme a dicho mensaje que creer en unos dogmas que en realidad son convenciones históricas? Buffff… ¡Qué injusta esa discriminación!

        Tus palabras: “Como la Verdad con mayúsculas en este contexto del cristianismo, es Dios, y a Dios no lo podemos contener porque nos sobrepasa infinitamente, nunca podemos decir que “tenemos” a Dios”, creo que tienen mucho sentido en el contexto de no poseer la verdad. Ahí sí me parece que se ajusta muy bien la búsqueda constante de la verdad. Pero no con los dogmas como imposición para ser considerado cristiano. Eso me parece restrictivo, asfixiante y que para nada fomenta ningún tipo de búsqueda. De hecho, lo considero un ejemplo perfecto de heteronomía.

        Para terminar decirte que creo que realizas de una forma extraordinaria la labor sacerdotal en el primer sentido que me has explicado. Tu blog es una buena muestra de ello. Gracias otra vez por tu respuesta y un afectuoso saludo.

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  2. La Iglesia es una realidad humana, y como toda realidad humana, tiene que transmitir el mensaje humanamente. Para ello se ha valido de las concepciones de cada momento, del diálogo con otras tradiciones, etc., como bien señalas. Ahora bien, el que se defiendan los dogmas como verdades inamovibles no implica que eso sea porque la Iglesia decidió elevar a categoría de verdad algo aparecido en un momento histórico, sino precisamente porque entiende que en esa verdad que intenta «definir» como puede está salvaguardando la esencia misma del cristianismo, la fidelidad a los orígenes. Quienes escribieron el Nuevo Testamento creían en Jesús como Dios. Así nos lo han transmitido. Por tanto, para la comprensión cristiana negar eso va contra la religión, porque es una religión basada en una revelación. Es decir, porque queremos ser fieles a lo que entendemos que Dios nos ha dicho sobre sí mismo y no a lo que nosotros nos «inventamos». Quizá lo que nos hace difícil coincidir en este punto es justo el que señalas: que para ti toda norma es convención, resultado de un avance histórico, etc., mientras que yo pienso que, aunque tenemos que buscar la verdad incansablemente y que somos, en parte, fruto de nuestra historia, eso no impide que no podamos recibir la verdad de alguna manera, o al menos recibir esas «flechas amarillas» (como en el camino de Santiago) que apuntan hacia la senda a recorrer; esas flechas serían los dogmas. No pretenden ser el camino, porque el camino es Dios, pero pretenden indicar cuál es el camino que propone el cristianismo. Y creo que es legítimo defenderlo, porque si el cristianismo hubiera cambiado totalmente en función de los tiempos no estaría ofreciendo lo suyo más propio, que es la fe en Dios. [Esto mismo lo pienso de las leyes… aunque sean convencionales, intentan defender verdades de fondo como la igualdad y dignidad de las personas.]
    Dicho esto, la actitud de todo creyente debería ser el respeto hacia quien cree cosas diferentes a él. Por eso yo, por poner un ejemplo, respeto a quien se sienta atraído por Jesús pensando que no es Dios. Pero no creo que eso signifique decir que da igual si Jesús es o no es Dios para ser cristiano, porque mi experiencia como cristiana, que entronca con la experiencia que se me ha transmitido y que no invento yo, sino que es una Tradición, digo, mi experiencia es que precisamente vivo como vivo porque recibo mi fuerza de Dios. Y si no fuera así me seguiría importando muchísimo el prójimo y seguiría teniendo un sentido del deber moral, porque esto se mantuvo en mi época de crisis de fe, pero la manera de vivirlo es totalmente distinta. En mi caso, una vivencia del mensaje de Jesús al margen de una relación con Jesús como Dios me llevaba más bien a la frustración por ver que no siempre somos capaces de ser coherentes con ese mensaje, que hay mucho mal en el mundo, etc., y eso también me llevaba más fácilmente a la crítica de los otros, de mí misma, y a la desesperanza. No digo que sea algo que le pase a todo el mundo igual, pero te cuento mi experiencia que es la que tengo y quizá pueda iluminar desde una vertiente más «vital» la cuestión. Cuando yo di el salto a ser cristiana como apuesta personal y no solo como un «he recibido esta tradición de mis padres», lo hice porque viví esa experiencia de que Dios es el que me lleva a vivir de otra manera, me ayuda a convertirme permanentemente, a sacar lo mejor de mí, a purificar mi amor a los demás, porque cuando lo intento hacer sola es más fácil que se me pervierta. Y en todo este proceso, lógicamente, tuve la convicción de que es verdad, no solo de que me hace ser mejor, sino precisamente lo segundo por lo primero, aunque es un poco un círculo la verdad.
    Entonces, creo que esa experiencia es la que tengo que transmitir a los demás, porque es la experiencia que yo vivo. No voy a juzgar a quien viva otra cosa, pero si por aceptar a quien viva otra cosa falsifico mi propia experiencia, algo no va bien. Pues esto mismo, salvando las distancias, es lo que le pasa a la Iglesia cuando defiende su fe.
    A pesar de todo ello, la Iglesia tampoco se dedica a hacer un examen a la gente a ver si cree en todos los dogmas o no. Es más cuidadosa con ello cuando se trata de personas que tienen una responsabilidad comunitaria, como transmitir la fe, enseñarla, predicar, etc., pero aunque ella enseñe la verdad de la que vive, hay mucha gente que está en la Iglesia y no siempre comparte el cien por cien, y no es excluida por ello. Aunque en la Iglesia, como en todas partes, hay de todo, y hay gente no acogedora, también hay mucha gente acogedora que es capaz de compartir espacios y misiones con gente que en unas cosas coincide más y en otras menos con lo que ella piensa.
    Y finalmente, si a una persona le gusta el mensaje de Jesús pero no cree en él como Dios, lo que me cuesta entender es por qué se siente excluida de la Iglesia… pues los sacramentos que celebramos en la Iglesia, por poner un ejemplo, tienen esa verdad como centro. Entonces para esa persona no tendría mucho sentido celebrarlos… Es decir, si alguien no comparte lo que la Iglesia cree y celebra, ¿en qué sentido puede sentirse excluido de ella? Es como si alguien a quien le gusta jugar al balonmano se sienta excluido de un equipo de baloncesto. Si no comparte aquello que es la razón de ser de este equipo, es una opción de su libertad, creo yo, más que una exclusión. Insisto en que estamos hablando de las verdades más nucleares de la fe, que son las que la Iglesia más tiene que preservar; hay otras cuestiones que suscitan diversidad de opiniones en las que creo que puede haber más diversidad incluso dentro de la misma Iglesia.
    Vaya por Dios… ¡otra vez me he enrollado!
    Un abrazo

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  3. Muchas gracias otra vez por tu respuesta y por comentarme tu experiencia de vida. Es un aporte muy valioso, desde luego.

    Te prometo que esto ya es lo último que te pregunto, porque no quiero saturarte ni que este intercambio resulte una pesadez. Podrías explicar un poco más por qué era diferente llevar a cabo los valires del cristianismo cuando estabas en crisis que cuando no lo estabas? Por qué cuando estabas en crisis te llevaba a la frustración y a la deseperanza el ver que no siempre uno es capaz de ser coherente con el mensaje de Cristo y por ver que hay mal en el mundo y esto no te ocurre ahora? Entiendo que las incoherencias y el mal en el mundo siguen existiendo se crea en Dios o no.

    En cuanto a lo de la exclusión, entiendo el ejemplo del baloncesto y el balonmano si se trata de un dogma tan central, aunque creo de verdad que puede existir una persona que crea que Jesús fue un ser humano excepcional y que crea en la existencia de Dios, pero que lo de que Jesús es Dios no le cuadre y le parezca una invención que no está suficientemente fundamentada en los Evangelios. Es una pena que esta persona se quede fuera del cristisnismo cuando sí es creyente y vive acorde con el mensaje de Jesús, lo único que hace es cuedtionar y pensar por sí misma. Entiendo que para ella lo esencial es vivir como Cristo, por eso me parece que sí puede sentirse excluida cuando alguien le dice que no, que lo esencial para ser cristiano es creer que Jesús es Dios.

    Gracias de nuevo!

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  4. ¡Hola de nuevo! Perdona el retraso, estos días he tenido mucho jaleo. No te disculpes por seguir preguntando; como habrás visto, me encanta dialogar con todo el mundo, y resulta especialmente estimulante cuando mi interlocutor tiene ideas distintas porque me ayuda a contrastar las mías. Te agradezco además el tacto y la apertura a la hora de plantear las cuestiones, porque en estos temas a veces es difícil encontrar a alguien que te interpele con sinceridad pero al mismo tiempo con respeto, que es lo que percibo siempre que me comentas. Intentaré responder a las nuevas cosas que me planteas, aunque son temas tan de fondo y con tantas cuestiones en torno a ellos, que sería más fácil con un café y toda la tarde por delante, pero bueno, ¡haremos lo que podamos!
    Sobre lo que me preguntas acerca de mi experiencia, te cuento: para mí siempre ha sido evidente, por llamarlo así, el «imperativo moral». Tuviera o no tuviera crisis de fe, esto es algo que nunca he puesto en duda. A las personas hay que tratarlas bien, y eso pasa por una preocupación a pequeña escala (con quien tienes más cerca) y por una preocupación con un horizonte mayor (temas sociales, justicia global, derechos humanos, etc.). Ahora bien, cuando vivía estos valores desde «esto es importante», «tengo que hacer esto», etc., a veces se me acababan pervirtiendo si querer. Por ejemplo, por tener tanta preocupación por las personas que viven en la pobreza, juzgaba demasiado a la ligera a la gente que tiene dinero o a la gente que gastaba más de lo que yo creía que debía. Es cierto que alzar una voz profética contra las injusticias es muy necesario, pero yo me daba cuenta de que a veces no me limitaba a eso, sino que en mi interior como que albergaba sentimientos negativos hacia quien no hacía lo que yo creía que tenía que hacer (por ejemplo a quien era egoísta, consumista, indiferente a los problemas sociales, etc.). Esos sentimientos solían llevarme a la frustración y a veces me generaban soledad y separación de la gente que yo catalogaba así.
    Después de profundizar en mi experiencia espiritual y empezar a vivir las cosas «más desde Dios», es decir, a apoyarme más en él a través de la oración, poco a poco, la propia oración me fue cambiando la mirada. Sigo preocupada por la justicia, por los derechos humanos, por la gente que tengo alrededor… pero considero que Dios constantemente transforma mi mirada y mi manera de situarme, para «limpiar» esos sentimientos negativos y hacer que la preocupación por el bien no me lleve a albergar mal en mi corazón. Contemplar la vida de Jesús ayuda mucho a eso, a entender que denunciar un mal no significa juzgar a quien lo comete. A veces creemos que los fariseos eran solo los que estaban contra los pobres y pecadores… pero cuando por defender a los pobres miramos por encima del hombro a los que nosotros consideramos pecadores, culpables de esas injusticias, en vez de acercarnos a ellos de otra manera que los ayude más a convertirse, entonces nos estamos convirtiendo en fariseos, sin haberlo querido en un principio. Por eso te comentaba que para mí los valores del evangelio son preciosos y esenciales, pero mi vida ha ganado algo nuevo cuando no me he quedado solo en los valores sino que he fortalecido mi relación con Jesús como Dios. Además de este ejemplo, hay otros. Por ejemplo, antes llevaba muy mal la escala de la injusticia que hay en el mundo, a veces me dejaba llevar por el pesimismo o tenía sentimientos exagerados de culpa por pensar en mi contribución a esa situación. Ahora sigo sintiendo tristeza, preocupación y culpa, pero ya no siento llevar yo sola el peso de todo, sino que al «descentrarme» y ponerme en manos de Dios, vivo todo esto con más esperanza y con la confianza de que él no dejará que el mal triunfe; eso me ayuda a poner todo lo que pueda de mi parte pero no agobiarme pensando que tengo que solucionarlo todo yo.
    En fin, como ves es un tema que da para rato. Con todo lo que he escrito, y tampoco siento haber llegado del todo a responderte bien, pero espero haberte mostrado por qué para mí es tan importante Jesús mismo y la relación con Dios que él nos ayuda a tener, y no solo el mensaje que nos transmitió. Porque creo que el mensaje no puede separarse de su propia persona, ni su propia persona puede separarse de Dios Padre. Como cristiana aspiro a anunciarlo a él y no solo su mensaje, pero eso no quita que valore mucho a quien también ama el mensaje aunque no tenga la misma relación con él que yo tengo.
    Sobre lo que comentabas de quien pueda sentirse excluido, te he insistido mucho en que te contesto con esta contundencia por tratarse de una de las principales verdades del cristianismo. Con otros temas habría mucho más que discutir y no siempre está tan claro. Pero la divinidad de Jesús es algo que está bastante claro en el propio Nuevo Testamento… Fíjate, incluso las diversas Iglesias que se han ido separando de la católica por diversos motivos, cambian a veces ciertas creencias o comprensiones de las cosas, pero ninguna niega la divinidad de Jesucristo.
    Entiendo perfectamente que alguien lea el Nuevo Testamento y se quede con la figura de Jesús como hombre y no crea que es Dios. Lo respeto y valoro que se interese por su mensaje e intente ponerlo en práctica. Ahora bien, que me parezca legítimo no significa que pueda concederle que el Nuevo Testamento no dice que Jesús es Dios, porque me parece que hay textos que apuntan con bastante claridad en esta dirección, y así fueron interpretados desde el principio por las propias comunidades que escribieron los textos. Para interpretarlo adecuadamente hay que conocer la vivencia religiosa de quienes lo escribieron, y esa vivencia es la que la Iglesia intenta custodiar. Con «adecuadamente» me refiero a interpretar lo que los autores quisieron decir, no lo que el texto sugiera a cada persona a nivel individual. A veces un autor de un libro quiso transmitir una cosa y el lector por lo que sea ha interpretado otra. En sí misma esa lectura personal es valiosa, pero lo que no me parece adecuado es pretender que la lectura que uno hace es directamente lo que el autor quiso decir, porque para llegar a ello hay que estudiar y tener en cuenta bastantes cosas.
    Señalabas que era una pena que esa persona de la que hablabas se quedara fuera del cristianismo por no creer que Jesús es Dios. Pero yo te pregunto, ¿qué sería quedarse fuera del cristianismo? ¿Por qué esa persona se sentiría como «desplazada»? Sería interesante profundizar en sus sentimientos, porque nos revelarían quizá más de lo que parece. Si, por ejemplo, yo voy de viaje a Asia, conozco algunas cosas del hinduismo pero no comparto algo esencial de la religión, los hinduistas me dirán que eso es esencial para llamarse hinduista. A ninguno nos parecería raro y no creo que nos sintiéramos excluidos por ello. Pues lo mismo con el cristianismo: la Iglesia no obliga a nadie a pertenecer a ella, ni impide el acceso al Evangelio a quien lo quiera leer con su propia interpretación… pero lo que no hace es relativizar la verdad que para ella es central. Decirle a esa persona que se equivoca en lo de que Jesús no es Dios no es (o no debería ser, aunque siempre hay gente intransigente, por desgracia) ni minusvalorar a la persona, ni tratarla con condescendencia, ni nada por el estilo. Es simplemente decirle: mira, esta religión piensa que Jesús es Dios, y no puede no pensarlo, por lo que no te puede decir que tienes razón en que no es Dios. Es lo mismo del ejemplo que te puse con los deportes o el de antes del hinduismo: en nuestro día a día tenemos claro que cuando no aceptamos ciertas cosas no podemos pertenecer a determinadas actividades o grupos para los que esa cosa es fundamental. No es un juicio de valor, es una constatación.
    Por eso te decía que si la persona se siente excluida tiene que ser por algo más… porque haya tenido una mala experiencia con gente cristiana, porque se haya sentido poco valorada por ella, o lo que sea. Porque si esa persona se siente acogida por la Iglesia y puede emprender acciones con gente que pertenece a ella (por ejemplo acciones sociales, campamentos, y otro tipo de actividades), seguro que entiende perfectamente que la Iglesia no pueda elevar a categoría universal las ideas que ella tiene, pero no le importará, porque no se sentirá rechazada por sus ideas. Con los sacramentos es un poco diferente, porque todo lo que se hace en ellos presupone que Jesús es Dios, y por eso te comentaba que ahí no tiene mucho sentido que uno quiera participar si no cree en ello. Por aportarte una experiencia personal: he estado en algunos campamentos de parroquia con monitores que no creían, que eran voluntarios de acción social en la parroquia pero no compartían la parte de fe. Estaban en el campamento como los demás, participando de todo, a gusto con todos, y no se sentían excluidos de la parroquia. Ahora bien, cuando celebrábamos la eucaristía en el campamento entendían perfectamente que teníamos que hacerlo como se tiene que hacer según la Iglesia y no pretendían quitar ni cambiar nada. Es decir, sin compartir todo lo que la Iglesia piensa, ni participar en todo lo que ella hace, no por ello se sentían fuera de lugar, sino que podían emprender acciones comunes con gente de la Iglesia y sentirse integrados con ellos.
    Espero que las experiencias personales hayan ayudado. Gracias de nuevo por el diálogo, me ha resultado muy interesante!
    Un abrazo

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  5. Hola! Sí, las experiencias personales han ayudado mucho y te agradezco enormemente que no hayas tenido reparo en compartirlas conmigo. Me ha quedado mucha más clara tu perspectiva y creo que tiene sentido. Me sigue costando pensar que algo que se decidió con dificultades en un concilio cuatro siglos después de la muerte de Cristo pueda ser tomado como una verdad absoluta y un pilar del Cristianismo, pero entiendo el valor que puede tener. Muchas gracias otra vez por este diálogo tan fructuoso. Un fuerte abrazo.

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